En esta columna, el guionista y productor español Javier Olivares (‘El Ministerio del Tiempo’) analiza qué hizo grande a la industria (y la cultura) de las series y el riesgo que supone no haber aprendido de sus lecciones.
No sería guionista si no fuera por Rod Serling, el creador de ‘Twilight Zone’. Él me abrió las puertas de la fantasía con una serie que mezclaba ciencia ficción, género fantástico y terror.
Pero pasados los años, descubrí que Serling quiso en realidad hacer algo costumbrista y social, pero los ejecutivos de la cadena se lo impidieron aduciendo que una serie así no vendería publicidad. Entonces, optó (para seguir contando lo que él quería) por generar fábulas distópicas y extraños viajes por el tiempo (por la memoria, en realidad).
Tres años antes, en 1956, Richard Hamilton expuso su cuadro ‘Qué es lo que hace que los hogares de hoy sean tan diferentes, tan divertidos’. Se considera la primera obra de arte pop. Y en ella aparece una televisión. Probablemente, es la primera obra de arte en la que aparece. No es casualidad: el pop art utilizó una iconografía basada en la sociedad de consumo y en los mass media, que estaban cambiando las señas de identidad contemporáneas. Una nueva música (que se empezaba a escuchar en la radio), nuevas tendencias urbanas y programas de televisión. Entre ellos, las series.
Hay que recordar que la BBC emitía desde el año 1936 y, si bien suspendió su emisión por la Segunda Guerra Mundial hasta 1946, ya en 1953 emitía una serie de ciencia ficción (excelente) como ‘The Quatermass Experiment’.
En Estados Unidos se estrenaron ‘Alfred Hitchcock presenta’ (1955) y ‘Los intocables de Elliot Ness’ (1959) y en los 60 nos encontramos con ‘El prisionero’, ‘Los vengadores’, ‘El túnel del tiempo’ o ‘Los invasores’ (la primera serie que habló de la conspiración de la que luego buscaba pruebas el agente Mulder de ‘Los archivos X’), además de la gran ‘Get Smart’ (‘Super Agente 86’).
Y desde entonces aparecieron:
1. La animación de los 60, con series como ‘Los Picapiedra’ o ‘Don Gato’, pasando por la evolución de ‘Bugs Bunny’ y sin la cuales dudo que ‘Los Simpson’ hubieran podido existir.
2. La libertad narrativa inglesa, capaz de alejarse del realismo sin perder el costumbrismo. Un buen ejemplo de esto es ‘Doctor Who’, que ya es sexagenaria pero que aún goza de buena salud, así como fenómenos como ‘Dennis Potter’, anticipo (junto a Sterling) del guionista “que manda” en sus series (aunque aún no se utilizaba la palabra showrunner). El “me da igual la audiencia”, es una seña de identidad cultural de la BBC histórica. Algún ejecutivo de la BBC debió pensar exactamente eso cuando dejó a Dennis Potter crear series como ‘Pennies from Heaven’ o ‘Lipstick in your Collar’. Fueron el origen del Original British Drama.
3. Los 80 americanos, base esencial de la ficción actual. Anticipo de ellas fue la maravillosa ‘Lou Grant’ (1977). En los 80, surgen obras maestras como ‘Hill Street Blues’, ‘Aquellos maravillosos años’ y, en 1990, ‘Doctor en Alaska’. Con ellas, se asientan las claves de la ficción moderna que llegan hasta hoy: personajes tridimensionales, arcos argumentales de varios episodios y temporadas que son (cada una) una novela en sí misma. Las producciones crecían, se abandonaba el plató, se rodaba en exteriores. Se había creado una industria tan potente, que ya anhelaba ser cultura sin dejar de ser entretenimiento. Así, con la BBC como pionera, comenzaron las adaptaciones literarias. Y la posibilidad de ofrecer un punto de vista del creador. Y con ello, la figura del showrunner.
La historia continuó y fue aprendiendo de su pasado. No se puede entender ‘The Wire’ sin la serie de los 90 ‘Homicide, Life on the Streets’ de Tom Fontana y basada en un libro del propio David Simon (¿les suena?). Luego, HBO convirtió las series en un fenómeno donde el creador era el alfa y el omega de sus series. Después llegaron más canales de pago con el mismo espíritu. Y series como ‘Oz’, ‘Dos metros bajo tierra’, ‘The Wire’, ‘Los Soprano’, ‘Sons of Anarchy’ o ‘Breaking Bad’ elevaron la ficción televisiva a lo más alto.
Si arte es aquello que define y representa un determinado tiempo o época, la pequeña pantalla legó en esos años auténticas obras de arte. Incluso por encima del cine, la literatura y, por supuesto, las artes plásticas. Todas ellas reinaron en su día y las series les quitó la corona. Unas series que basaban su poder en la creatividad disruptiva y no en el target. Una obra maestra del branding.
Luego, surgieron las plataformas (con medios geniales y hallazgos que siguieron engrandeciendo la ficción) y junto a ellas la producción masiva. La cantidad (necesaria), muy por encima de la calidad (imprescindible). Y la palabra crisis. Y una comercialización que parece haber olvidado que las series son industria, pero también cultura.
Sí, existe una cultura de las series. Y su historia (aunque apenas tenga 70 años) se puede estudiar como la de la pintura. Y no hay que olvidarla. La televisión nos ofrece una cantidad ingente de series y muchas de ellas son productos comerciales (y necesarios).
Pero está claro que ‘Revenge’ no ha supuesto un cambio en la forma de narrar como ‘The Wire’, ‘Mad Men’ o incluso series que no se emitieron por cable como ‘Lost’, ‘The Good Wife’ o ‘Fringe’. Unas series se consumen, otras se recuerdan siempre.
Y, sin estas últimas, la ficción televisiva no habría llegado tan alto. Y lo hizo sosteniéndose en tres pilares básicos: los ejecutivos-productores -cazadores de talento creativo-, los creadores por ellos reclutados y el reconocimiento de que el público es inteligente.
No parece que, actualmente, muchos hayan aprendido de la historia de las series.
Pretender crear desde un algoritmo es pan para hoy pero hambre para mañana. Y hastío. Reeducar al público a tu medida es un desprecio de consecuencias sociales importantes. Y aburrimiento.
Certificar la defunción de las series en abierto cuando en Europa, con la BBC al frente, se hacen probablemente las mejores series hoy en día, es marketing mal aplicado. Convertir las series en mero soma, olvidando su capacidad de hablar -como Serling- del mundo que nos rodea (no importa el género con el que se haga), es la vuelta a las cavernas.
Y, por último, obviar la necesidad del guionista como creador de series, un error capital.
No hace mucho, David Simon fue despedido de HBO (probablemente, por un ejecutivo que ni habría visto ‘The Wire’). Ahora, numerosos medios especializados nos hablan de encuentros, convenciones, sinergias, conglomerados, cambios en las cúpulas de plataformas, productoras. Pero apenas aparecen creadores en ellos. Esa invisibilidad (casi universal) del creador, el trato recibido en la huelga de guionistas de Estados Unidos y la polémica de la inteligencia artificial como ahorro de gastos son factores que indican que esa historia de las series no se ha estudiado. Y, con ello, se han olvidado las claves de su éxito (y el de su industria). Cuidado.
Hace poco, Biden y Trump debatieron en la CNN. ¿Teníamos que esperar a que se televisara en directo para constatar la incapacidad senil del primero? ¿No lo había intuido nadie? ¿Los asesores de Biden no notaron nada raro? ¿Prefirieron mantener su trabajo antes de plantear que algo fallaba?
No. Todos prefirieron decir que el traje nuevo del emperador era estupendo. Luego una audiencia mundial descubrió que estaba desnudo.
Sin duda, es una lección de la que todos debemos aprender. Incluso en la industria de las series.