La analista televisiva y autora del libro ‘Streaming Wars: la nueva televisión’ Elena Neira argumenta que el contenido local y de autor puede florecer aún más en esta nueva etapa de austeridad de las guerras del streaming.
El boom del negocio directo al consumidor que ha tenido lugar en los últimos años pasará a la posteridad como una de las coyunturas más transformadoras de la historia reciente. También ha resultado ser una de las más fugaces. Una nueva etapa de cambios está reescribiendo el audiovisual a marchas aceleradas, buscando restaurar parte de las bondades que la digitalización destruyó, de importancia capital para la sostenibilidad económica de la industria.
Entender las nuevas tendencias de mercado requiere calibrar las consecuencias del modus operandi de las plataformas de streaming en los últimos 10 años. La verticalización en procesos de producción y distribución dio a las OTT cintura para reescribir la forma en que el entretenimiento llegaba a los hogares. Y, por el camino, redefinieron las demandas de los consumidores. La necesidad de lograr una oferta con atractivo global, clave para unas empresas con vocación mundial, a priori parecía incompatible con el contenido local.
Sin embargo, fue precisamente ahí donde encontró una vía clave para su desarrollo. Tras años en los que comercializar las latas fuera del territorio de origen era una tarea ardua y con frecuencia infructuosa, el streaming descubrió que, recomendado de la manera apropiada, el contenido local tenía la capacidad de viajar mejor de lo que inicialmente se pensaba.
Las licencias de contenido sirvieron de prueba piloto. Una vez comprobada la solvencia de las historias locales en territorios internacionales, producir fue la evolución necesaria. Eso marcó el verdadero punto de inflexión: el atractivo local era evidente, aunque muchas de esas historias se desnaturalizaban por la presión de querer hacerlas más consumibles por parte de una audiencia global.
El contenido ‘glocal’ (contenido local con capacidad para viajar internacionalmente) cumplió su misión. No solo contribuyó a diferenciar los catálogos y a consolidar los desembarcos territoriales. También permitió reforzar los desembarcos por países y maximizar las inversiones, aprovechando la red de incentivos fiscales disponibles en muchos países.
Flash Forward a 2023, el año de la gran corrección del streaming.
Las variables socioeconómicas y otros factores industriales (como la huelga de guionistas y actores) ha forzado un golpe de timón, moderando la ‘glocalización’ del audiovisual. La saturación de mercado ha apalancado el crecimiento de suscriptores y Wall Street se ha visto obligado a centrar su atención en los beneficios como principal indicador de la salud de estas compañías.
El streaming necesita ser rentable… y no, no lo tiene nada fácil. Una de las primeras medidas para lograrlo ha sido la transformación del modelo de negocio. La suscripción como única vía de ingresos ya es cosa del pasado y han comenzado a eclosionar los modelos con publicidad, que buscan abaratar los servicios para estar más en sintonía con la situación de las economías familiares y, de paso, generar más ingresos directos de los anunciantes.
La producción original de plataforma, tras años de crecimiento constante, ha entrado en una necesaria etapa de austeridad. De nuevo, estamos ante una nueva oportunidad para el contenido local. El hecho de que se haya dejado de percibir la exclusividad de la oferta como principal activo de la propuesta de valor de estos servicios está dándole un importante impulso al mercado de las licencias, en el que se ve una vía para engrosar el catálogo más rápida y con menos riesgos.
En este nuevo episodio de las guerras del streaming ni el modelo organizativo ni la escala parecen obstáculos para ser competitivos. Ejemplos como el de las españolas Atresplayer o Movistar Plus+ demuestran cómo defender una visión autoral es perfectamente compatible con un negocio sostenible. El renovado interés en el ventaneo de los contenidos está multiplicando los posibles itinerarios de su producción (dentro y fura de la casa), logrando nuevas vidas comerciales más allá de los lindes de las plataformas que los ha producido.
Se abre una etapa en la que la relevancia del contenido será lo que, de verdad, vertebre el atractivo de cualquier oferta de contenidos. El sistema ya no aspira a ser autosuficiente sino a producir y comprar mejor. Sin la presión de hacer contenidos a medida de un público global, lo que quedan son las buenas historias, esas historias capaces de apelar a un consumidor cansado de ofertas sin alma y de una fast fiction que se digiere tan rápido como se consume.