Más que una amenaza, la inteligencia artificial puede convertirse en una herramienta que como industria nos ayude a ser más sostenibles y a seguir generando conversaciones transformadoras, reflexiona el CEO de Creast, Eduardo Viéitez.
La velocidad con la que se han presentado recientemente los avances en el desarrollo de la inteligencia artificial (IA) nos ha planteado un escenario en el que nuestro rol como humanos aparece en riesgo. Ser reemplazados por máquinas en muchas de las labores que hoy desarrollamos es uno de los principales conflictos. Gran parte de las discusiones que han llevado a la huelga de escritores y actores en Hollywood abordan esta posibilidad y tratan de establecer límites y regulaciones que no dejen a la industria creativa en un mero proceso de algoritmos y animaciones.
Esta discusión me ha permitido reflexionar sobre la idea que tenemos del progreso y el uso que podemos hacer de los avances tecnológicos para hallar cada vez mayor bienestar. Y la conclusión, desde mi punto de vista, sigue siendo la misma que orienta muchos de los retos actuales que tenemos como humanidad: nada es bueno o malo en sí mismo. Ni el progreso ni la IA. Todo depende de cómo lleguemos ahí.
Cuando hace cuatro años empecé a conversar con guionistas, productores, directores de arte y otros colegas de la industria sobre la sostenibilidad de nuestro trabajo, nos dimos cuenta de que querer introducir este concepto de sostenibilidad dentro de las dinámicas de las producciones se planteaba como un lujo que no podía darse cualquiera.
Al inicio, las compañías que ofrecían un acompañamiento en este tema ofrecíamos este servicio con un coste mayor al que tenía un director de fotografía, por ejemplo, o buena parte del departamento de arte, sin el cual era imposible rodar el proyecto.
Por eso, la posibilidad de diseñar un servicio que permitiera la democratización de la sostenibilidad dentro de la industria fue lo primero que me motivó para crear Creast. Que dejara de ser un servicio de lujo.
Pero además, las primeras consultoras ambientales, en su propósito de orientar proyectos creativos sostenibles, empezaron a intervenir en las iniciativas de los mismos creadores, limitando sus propuestas e incluso modificando las historias respecto a cómo habían sido originalmente planteadas.
Se empezaron a encontrar dos mundos: el creativo y el ambiental, pero uno de esos mundos no tenía el entendimiento del otro. Y aunque en términos de sostenibilidad se buscaban los indicadores correctos, la dinámica artística se empezaba a alterar, y eso a corto y mediano plazo haría que la posibilidad de desarrollar proyectos con conciencia ambiental fuera algo incompatible con la industria. Si esto ocurría, perderíamos todos.
Por ejemplo, las consultoras empezaron a recomendar que se evitara el rodaje de escenas con lluvia, que se ruedan con una máquina que regula la cantidad y la presión con la que sale el agua. Lógicamente eso suponía desperdiciar mucha cantidad de agua potable. Hace poco leía una información en la que, con orgullo, se compartían los datos sobre la disminución de escenas con lluvia en las producciones españolas. Me pareció terrible. Obviamente se estaba condicionando la libertad de guionistas y directores. Si esto hubiera sucedido antes, no disfrutaríamos hoy de obras maestras como ‘Seven’ o ‘Blade Runner’, donde la lluvia es parte de la historia.
En Creast partimos del entendimiento de la industria, aprovechando los años de experiencia trabajando en cine, televisión y publicidad. No eran las historias las que se tenían que acomodar a las nuevas exigencias de sostenibilidad. La creatividad misma debía ponerse al servicio de este nuevo reto ambiental para hallar otras formas de desarrollar las ideas originales de los escritores y guionistas, sin generar un alto impacto de desperdicio o contaminación.
Para un reto como el de la lluvia en las producciones, una mejor opción era trabajar con agua reciclada, que no genere un desgaste innecesario de un bien tan preciado, pero que permita al mismo tiempo cumplir con el propósito narrativo del guionista o director.
Es en este contexto donde veo que el uso de la IA es una gran herramienta que nos puede permitir seguir avanzando en este propósito de reconciliar el arte con el planeta. No para reemplazar a actores o guionistas, pero sí para procesar la información necesaria que nos permita mejorar los sistemas de producción sin limitar la libertad creativa.
Junto con un grupo de científicos, biólogos, veterinarios o técnicos medioambientales, y otro grupo de tecnólogos, desarrolladores, matemáticos y expertos en IA, hallamos que la automatización de los procesos y el desarrollo de algoritmos de predicción rebajaban mucho los costes de una actividad en la que no se discriminaba la mano de obra, al ser algo nuevo que no iba a amenazar puestos de trabajo consolidados.
Y es una manera eficiente de afrontar una correcta gestión de la sostenibilidad, ya que en cine, publicidad, televisión o eventos, todo está planificado de antemano y una vez que arranca la actividad no se puede cambiar nada. Para tomar las decisiones correctas es necesario adivinar qué va a ocurrir durante el rodaje, predecir el impacto medioambiental y así decidir sobre datos científicos, en qué buenas prácticas y soluciones invertir la energía para mejorar la eficiencia de cada proyecto.
Se ha demostrado que se puede reducir mucho la huella de carbono de la actividad de producción de contenidos de entretenimiento, no obstante, siempre que se monitorice su impacto con suficiente antelación.
No es lo mismo rodar una escena de noche que de día, en Madrid o en Barcelona, en invierno o en verano, con una cámara u otra, con unas lentes más sensibles u otras menos.
Por eso, para el cálculo de la huella de carbono hay que analizar decenas de miles de entradas de datos, cientos de variables pueden afectar a las emisiones generadas y no hay dos producciones iguales, lo que da lugar a millones de variables que hay que analizar mediante motores de cálculo.
Hoy en día todos conocemos las grandes líneas de actuación en materia de sostenibilidad, reducción de consumo de energía y contratación de renovables, reducción de uso de plásticos y otras más. Pero necesitamos analizar el impacto medioambiental bajo parámetros científicos para saber cuál es el coste de oportunidad de invertir en una solución u otra según cada proyecto y qué medidas son medioambientalmente más eficientes para optimizar la sostenibilidad y cuantificar los resultados.
Por todo esto, estoy convencido de que la IA, más que una amenaza para la industria, puede convertirse en una herramienta esencial que no solo nos ayude a salvar el planeta, sino que también le permita a la industria del entretenimiento seguir vigente y generando conversaciones transformadoras que, cada vez más, necesitamos en un mundo tan retador, veloz y cambiante como el que vivimos hoy.
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